Philibert Commerçon
Médico, botánico, naturalista y explorador. Philibert Commerçon fue uno de esos hombres con muchos talentos que, tras la primera fase de los descubrimientos geográficos que rediseñaron los confines del mundo a partir del siglo XV, viajaron y estudiaron para conocer en profundidad a los habitantes de ese nuevo mundo, ya fueran humanos, animales o plantas. No es casualidad que sus notas de viaje sobre Madagascar rebosen de un entusiasmo sin igual.
De hecho, hoy sabemos que Madagascar se separó del supercontinente llamado Gondwana hace unos 140 millones de años. Además de Madagascar, formaban parte de ese supercontinente las actuales África e India. La separación de esas tierras hizo que Madagascar se convirtiera en el hábitat de una serie de especiales animales y vegetales extraordinaria o, mejor dicho, única en el mundo. Algunos biogeógrafos llaman a Madagascar «el octavo continente».
Madagascar es la cuarta isla más grande del mundo y también se la conoce como la isla roja. Esto se debe al color típico de sus tierras, ricas en hierro. En la parte central del país hay una gran meseta salpicada de valles y colinas. Allí donde hay más agua disponible, el paisaje alterna bosques y tierras agrícolas, mientras que en otras zonas menos fértiles se abren paso los entornos de tipo sabana.
Dadas las peculiaridades de Madagascar, sus áreas naturales protegidas son de especial importancia e incluso dos parques del país han sido incluidos por la Unesco en la lista del Patrimonio de la Humanidad. De manera general, cualquier actividad destinada a conservar el medioambiente malgache goza de gran importancia. En los últimos años, esto se ha puesto especialmente de manifiesto debido al aumento demográfico del país, cuya población se ha quintuplicado en el último medio siglo.
El trabajo de Treedom en Madagascar se ha desarrollado desde el municipio de Vohiday, en una zona rural que limita con el bosque de mismo nombre. Un área, como muchas otras áreas rurales de Madagascar, en la que se ha extendido la agricultura itinerante, a menudo practicada mediante la quema de áreas forestales y antiguas tierras agrícolas. Esta práctica se llama tala y quema y es cada vez menos sostenible. Por ello, el proyecto, desarrollado en colaboración con Tsyriparma, tuvo como primer objetivo ofrecer una alternativa no migratoria, sostenible y de largo plazo frente a este tipo de agricultura.
Con el tiempo, dados los óptimos resultados alcanzados, las actividades se han ampliado y expandido a nuevas comunidades de agricultores y a nuevos territorios en el área de Ambositra, en el centro del país.
«Nacimos con el objetivo de detener la degradación ambiental y la destrucción de los bosques en Madagascar y, actualmente, lo estamos consiguiendo. Más que eso, nuestras acciones, además de favorecer el medio natural, también han logrado el desarrollo social y económico de las personas que viven alrededor de los bosques».
Así lo relata Nicola Gandolfi, fundador de Tsiryparma. Crear viveros, difundir una nueva conciencia medioambiental, proteger los bosques y hacerlo ayudando a las comunidades locales a cultivar de forma más sostenible plantando árboles. Gracias a un intenso trabajo, Madagascar se está convirtiendo en un país muy importante para el desarrollo de nuestros proyectos. Juntos, realmente estamos logrando un gran cambio positivo.
árboles plantados en Madagascar
beneficiarios implicados en Madagascar