En los últimos años se han anunciado enormes proyectos de plantación de árboles. Son populares, aparecen en muchos medios de comunicación y suelen tener cifras sorprendentes. Sin embargo, estas actividades tienen sus límites, porque si bien es cierto que plantar árboles es bueno para el planeta, aún más cierto es que hacerlo de forma incorrecta puede crear enormes daños en los ecosistemas, en las reservas de agua, en la agricultura e incluso en las personas. Los bosques artificiales (con una o pocas especies no autóctonas) empobrecen la biodiversidad local, transforman ecosistemas enteros y ponen en peligro las reservas de agua de regiones enteras. Por último, la plantación masiva de árboles en grandes parcelas desencadena un conflicto social entre los árboles y la agricultura (que es necesaria para el sustento de los alimentos).
Por tanto, plantar árboles no es (siempre) una buena idea, sobre todo cuando las actividades de plantación a gran escala desvían la atención y el foco de otras prioridades como la protección de los bosques existentes, la reducción del uso de combustibles fósiles y la conservación y restauración de otros ecosistemas naturales.
Pero si plantamos el árbol adecuado, en el lugar adecuado, con el propósito adecuado, podemos conseguir resultados extraordinarios para el medio ambiente, el planeta y las comunidades locales.
Para dar con una estrategia sostenible a largo plazo, hay que entender que nuestro planeta es un sistema extremadamente complejo y que es necesario conjugar las necesidades y exigencias de todas las partes implicadas.
Por ejemplo, la presión destructiva que las propias poblaciones locales suelen ejercer sobre los bosques primarios tiene su origen en algunas necesidades muy simples: la venta de maderas preciosas buscadas por los mercados internacionales (caoba, teca, palisandro, etc.), la obtención de combustible (leña) para cocinar, calentarse o calentar el agua, y la necesidad de ampliar las tierras agrícolas o los pastos, ahora explotados al máximo y esterilizados por los monocultivos intensivos.
En particular, esta última necesidad suele dar lugar a la mayoría de los incendios que asolan los cinturones tropicales, al emplearse prácticas como la tala y la quema para despejar la tierra y hacerla temporalmente más fértil gracias a las cenizas del fuego. Como sucede a menudo, los problemas actuales tienen soluciones de origen muy antiguo.
Una de las posibles respuestas a estas necesidades (ingresos, combustible, suelo fértil) recibe el nombre de agroforestería, que suele definirse como el «cultivo de árboles», pero lo cierto es que es mucho más que eso. La agroforestería consiste esencialmente en integrar el cultivo de árboles dentro de entornos agrícolas. Representa una manera práctica y de bajo coste de aplicar muchas formas de gestión sostenible a los recursos naturales, ya que fomenta una gestión forestal sostenible y renovable a largo plazo, especialmente en el caso de los pequeños productores.
En realidad, la creación de un sistema agroforestal implica el cultivo de una combinación variada de árboles, arbustos y cultivos de temporada que a veces puede integrarse también con la ganadería.
Aunque el concepto moderno de agroforestería surgió a principios del siglo XX, el uso de plantas leñosas perennes en los sistemas agrícolas es antiquísimo, ya que hay descripciones escritas de esta práctica que se remontan a la época romana. De hecho, la integración de los árboles con los cultivos y los animales constituye una tradición muy antigua en todo el mundo.
1. La producción total por unidad de árbol/cultivo/ganado es mayor que la de cada elemento por separado
2. Los cultivos y el ganado, protegidos de los efectos dañinos del sol, el viento, las lluvias torrenciales y los fenómenos meteorológicos extremos, son más productivos
3. Los nuevos productos contribuyen a multiplicar y diversificar los ingresos de los agricultores
4. Las podas de los árboles proporcionan pequeñas cantidades de madera para su uso como combustible
1. Absorción de carbono a largo plazo
2. Enriquecimiento de la fertilidad del suelo y mantenimiento de la misma a largo plazo
3. Conservación de la biodiversidad
4. Mejora de la calidad del aire y del agua
5. Reducción de la presión destructiva sobre los bosques primarios